El mal de nuestro tiempo consiste en la pérdida de la conciencia del mal.
Krishnamurti
Convengamos algo: el Mal existe. En este mundo, conviven la Libertad del Ser y la Depredación. Como la milenaria batalla entre ángeles y demonios, somos parte de esta constricción vital.
Sin embargo, nos produce tanto terror asumir una realidad así de completa, que crecimos educados que los buenos están en nuestro patio, los malos en el patio opuesto. Los buenos ganan y son felices para siempre, los malos pierden y son (deberían ser) castigados. Esa moralidad infantil, a pesar de las señales y experiencias que acumulamos en el diario vivir, se resiste a madurar en nosotros, y resulta que grandes y peludos aún seguimos protegiéndonos, apoyando la cabeza en la almohada en paz, pensando que felizmente el Mal está “allá afuera”.
La osadía que cometemos al resistirnos a la naturaleza (aprender, crecer, asimilar), nos cuesta caro. Vemos el mundo con un ojo tuerto, honestamente ciego. El Mal (toda expresión, aspecto o experiencia que atenta contra la vida y el libre albedrío) no es el Dragón en el castillo lejano, ni la guerra que vemos en Siria a través de internet. El Mal es tan natural, que está tan vivo en tí y en mí.
Mientras sigamos creyendo que vive allá, lejos de nuestros verdes prados, lejos de nuestros picnic en primavera, de nuestra incólume red de G.C.U. (Gente Como Uno), seguiremos enfrentando un enemigo en total desnudez e ingenuidad. La violencia seguirá siendo aceptada. Los estilos de vida abusivos seguirán siendo la norma. Destruir y devorar a otros (a mis amigos, mis hermanos, mis padres, mi comunidad, la naturaleza, el mundo) seguirá siendo un signo de “justa supervivencia”. Pues antes de descubrir la aparición del Mal afuera, afectando mi vida o la de otros, debo conocerlo de fuente directa y clara: la manera en que se expresa en mí.
Es prioridad descubrir el Mal en nosotros. Es prioridad que te reconozcas capaz del gesto psicópata, que te mires en los ojos del asesino, del ladrón de cuello y corbata, de los violadores, del extremista político o religioso, del torturador. Ese podrías ser tú, o yo misma. No le hace un favor a nadie que luches por defender tu imagen de buena persona y buen ciudadano, cuando sabes (lo sabes), eres capaz de albergar los más oscuros sentimientos y planes asociados.
El Mal en tí no necesariamente se expresa en crímenes con gran cobertura de prensa. El Mal es todo lo que atenta contra la vida y el libre albedrío. Cada vez que empujas a otro, cada vez que le haces una zancadilla. Cada vez que entorpeces su camino sin importar cómo esto le afecta. Cada vez que no le permites crecer. Cada oportunidad en que tu terror a hacerte cargo del daño que sabes que le haces a otro con tus actos u omisiones, te motiva a evitar tratar el asunto en palabras. Cada vez que el orgullo te toma y te cierra a los vínculos. Cada vez que divides las personas de este mundo con diversas categorías. Cada vez que olvidas francamente que tú y yo somo seres sintientes, frágiles, sensibles, parte de un cosmos.
Aceptar el Mal y aceptarlo pronto, nos hará adultos. Nos hará libres.
Pili.- (consulta@pilarnavarro.cl)
Fotografía por Fabian Landewee.